11.11.11

El despertar nunca es el mismo. A veces es producto de una alarma molesta que nos despega de nuestros sueños y nos aleja de una cama calentita. Otras, viene acompañado del entusiasmo de un nuevo día prometedor, soleado y feliz. No es lo mismo despertar en nuestra propia cama que en la de otro, o en una bolsa de dormir. Muy distinto es despertar de una pesadilla terrible que de un sueño dulce y romántico.
Despertar suele implicar un nuevo comienzo, un punto y aparte en un mismo texto, pero no siempre. Muchas veces uno desearía no despertar y seguir durmiendo para no tener que enfrentar la triste realidad.
Mi despertar de hoy, no fue el mejor. Pasé tanto tiempo llorando y tardé tanto en dormirme anoche, que cuando tuve que levantarme, solo había tenido tres horas de sueño. No había logrado calmarme todavía, porque seguía con lágrimas en los ojos. El despertador y la hora me jugaron una mala pasada, no tuve noción del tiempo. Me vestí en cinco minutos y llegué tarde al colegio. Hubiera preferido no despertar, o por lo menos, alargarlo un poco más.
Pero hay alguien que tampoco debe haber tenido un buen despertar, alguien que debe haber llorado y sufrido mucho más que yo, y sigue haciéndolo. Alguien a quien  quiero muchísimo y me parte el corazón al medio su situación. Alguien cuyos despertares cambiaron para siempre. Porque hay alguien más, que ya nunca jamás va a despertar.
Y lo único que puedo hacer ahora es rezar y esperar que un nuevo despertar traiga paz.

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