25.8.12

No avanzamos.

Llegamos a un punto en el que no podemos seguir. Nos pesan las piernas de tanto caminar y nuestras mentes cansadas solo quieren un poco de paz. Entonces decidimos parar, le ponemos un freno a la vida. Primero notamos como el cielo es más azul, como acaricia el viento nuestra piel, como los pájaros cantan en las mañanas. Descubrimos la tranquilidad, el estado puro de serenidad. No hay nada que hacer, no es necesario. Nos despejamos por completo. Nos sentimos felices, como no lo eramos en mucho tiempo. Pensamos en lo divino que sería vivir así, quedarnos en ese estado por siempre. Aún así, los más racionales e inteligentes no tardan en darse cuenta que eso es un delirio, y terminan volviendo a la normalidad. Pero los más débiles, no tienen tanta suerte, son seducidos por la vagancia. Pretenden que nada cambie, quieren todo fácil eternamente. Llegan a creer que es posible, y ya no intentan más nada. Con el tiempo, la tranquilidad se vuelve vagancia, y la serenidad, aburrimiento. Se sumergen en un poso del que es complicado salir, se estancan, quedan atrapados como en la red de una araña. Ya no son felices, se sienten miserables, no recuerdan lo pasado, no entienden como llegaron a eso, no saben como salir. No avanzan. No avanzamos, los que nos quedamos fascinados por la simpleza. No avanzamos, los que nos tomamos todo muy a la ligera. No avanzamos si no tenemos herramientas para salir adelante. Sin embargo, hace falta que uno lo logre, para que el resto sea capaz de seguir el ejemplo.

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