21.11.11

Escape

El sol había desaparecido en el horizonte, y con él se había llevado todo dejo de cordura que pudiera haber sobrevivido en la mente de Astrid.
La jóven caminó por el parque las últimas cuadras que la separaban de su antiguo hogar. Sabía que la casa estaría vacía y aprovecharía para buscar un par de cosas allí. Al llegar al viejo portón blanco buscó el manojo de llaves dentro de su morral, mas su falta de paciencia la impulsó a saltar la verja con agilidad e intentar entrar de otro modo. Se internó en la oscuridad del pasillo y tanteó las ventanas en busca de alguna abertura; no se sorprendió al lograr abrir el ventanal del fondo con tan solo un leve empujón y entró en seguida, pensando que un día desvalijarían la casa y se dio cuenta de que aquello no le importaba, ya no vivía allí. Buscó el interruptor más cercano y lo apretó a tientas para que la luz blanquecina de los tubos de la cocina iluminara el ambiente.
El desorden predominaba ante la mirada clara de Astrid, que veía todo con naturalidad, como si nunca se hubiera ido. Sobre la mesada, junto a muchos trastos sucios, yacía una botella de cerveza abierta que enseguida quedó vacía, la joven se limpió los labios con el dorso de la mano con tranquilidad, la casa nunca había sido más pacífica. Sintió aullidos y se sorprendió al encontrar a su perro mordiéndole las botas al tiempo que lloriqueaba; ella lo alzó de inmediato al verlo, lo extrañaba demasiado y ese pequeño era lo único que rescataba de su viejo hogar.
-No tengo forma de sacarte de esta pocilga, sino sabes que lo haría.-Le dijo acariciándolo mientras volvía a dejarlo sobre el suelo.
El can la siguió hasta su viejo cuarto, donde todo seguía como Astrid lo había dejado -o aún más desordenado, le pareció-. Contempló su demacrada figura en el polvoriento espejo por unos segundos y decidió pintarse las uñas de negro mientras meditaba sobre qué hacer esa noche. De inmediato se le ocurrió que si iba a echar todo por la borda, lo mejor era hacerlo bien.
Encendió el último cigarrillo del atado y le mandó un mensaje nerviosa, aunque sabía que él iba a contestarle y que jamás se perdonaría el haber cedido de esa forma. La respuesta llegó de inmediato a su destartalado celular, llenando su cuerpo de adrenalina.
Astrid revolvió la montaña de ropa que había sobre su cama desnuda, goteando todo el cuarto con su cabello recién lavado. Eran las 9.30, muy temprano, pensó, pero no veía la hora de irse de allí. Se puso un par de medias desgarradas que encontró bajo la cama, un short de jean gastado y deshilachado, una remera holgada color ocre que le dejaba un hombro pálido al descubierto y sus botas negras de siempre. Arrastró por su boca un labial rojo que había encontrado entre las cosas de su mamá y se lo guardó en el morral, delineó sus ojos y sacó lo mejor que pudo de sus viejas sombras negras para completar el maquillaje nocturno. Se revolvió el cabello ondeado hacia un costado, contenta con la nueva tonalidad platinada con la que su amiga la había teñido ese mismo día. Guardó una remera cualquiera en su morral, buscó algo de dinero en el cuarto de su madre, que también se guardó y se llevó un paquete de cigarros de su padrastro sintiéndose poderosa al quitarle por lo menos algo de todo lo que él le había sacado a ella. Buscó en la heladera una lata de cerveza y la abrió mientras se despedía de su perro.
-Voy a volver a buscarte, te lo prometo.-le juró a su amigo, que lloriqueó al observarla salir por la ventana.

Astrid caminó con parsimonia, disfrutando la brisa primaveral de aquella noche y dándole un par de tragos a la cerveza que se había agarrado de la casa. Se sentó a escribir un mensaje con los últimos centavos que le quedaban de crédito 'Ya estoy, pasá cuándo quieras.' le envió con una sonrisa pícara en los labios rojos. Un par de chicos se le acercaron y le gritaron mientras caminaba las restantes cuadras que la separaban de la autopista, mas Astrid siguió su camino sin distracciones, sintiendo con cada respiración el sabor de aquella noche, el sabor de la rebeldía, de una etapa abandonada, de la liberación. Al llegar al bajoautopista, se sentó en el cordón de la vereda y contempló el pasar de los autos mientras se fumaba un cigarro y jugaba a abollar la latita de cerveza con el pie. Con la mirada perdida se lo imaginó bajando del auto, abriéndole la puerta, sonriéndole de costado, como a ella le gustaba... Astrid no pudo evitar soltar una sonrisa al tiempo que expulsaba el humo del cigarro de sus pulmones. Mientras miraba las luces de la calle se preguntó si le gustaría su cabello rubio, su arito en la nariz... hace casi tres meses no se veían y ella se odiaba por perdonarlo, pero en el fondo se reconoció un poco masoquista... sabía que iba a dolerle pero añoraba con todo su ser una noche más con él.

Un auto negro paró junto al cordón y la puerta del acompañante se abrió, era él. Ella tiró el cigarrillo y exhaló con parsimonia el humo que quedaba en su cuerpo mientras entraba al vehículo. Dentro del auto se aspiraba su olor, una mezcla a cigarrillo y perfume que a la rubia siempre le había parecido mágica. Lo miró... estaba perfecto, o por lo menos estaba perfecto para ella... Su pelo estaba cambiado, tenía un corte distinto que le sentaba muy bien, la campera de cuero era su sello personal y a Astrid le hizo acordar la cantidad de noches que ella se había cobijado bajo esa campera; y ni hablar de sus ojos, que más azules que nunca destellaban bajo las luces de la ciudad.
-Te extrañaba.-Le dijo él sobre su cuello con un suspiro mientras aspiraba la escencia de la chica, haciéndola desfallecer. Él la admiró de más lejos, midiendo su reacción y le dedicó una sonrisa tímida antes de arrancar el auto.
Astrid sonrió al escuchar a los Ramones en el reproductor del auto y admiró el paisaje pasar por la ventanilla. Esa sensación de libertad volvió a envolverla, la noche recién comenzaba.

1 comentario:

  1. QUEEEEEEE GENIAL! me encantó. Me re imaginé la historia, todo. sos genial!
    me quedé sin palabras.

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