23.12.11

Como de otra dimensión

Se despertó extraño, molesto. Siempre que aparecía en sus sueños, esa pequeña daba vuelta su insignificante mundo. José se sentó en la cama sosteniendo su cabeza entre las manos mientras intentaba salir de la somnolencia en la que estaba inmerso. No sabía quién era la niña, de dónde venía ni cómo se llamaba, pero algo era seguro: desde que soñaba con ella, José no era el de siempre.
Mientras se cambiaba, mientras hacía la cama, mientras se lavaba los dientes y mientras preparaba su desayuno se acordó de la niña. Se acordó de su cabello rubio que flotaba en el aire cada vez que corría cuando él intentaba tocarla; se acordó de sus pequeñas manos, esas que siempre lo confundían con señales que no sabía interpretar; se acordó de los colores que siempre aparecían en sus sueños, de toda esa psicodelia impenetrable que contrastaba con el vestido blanco de puntilla que ella siempre tenía; se acordó de las miles de sonrisas que la niña le había mostrado desde el primer día que ocupó sus sueños, algunas veces dulce, otras, siniestra, pero nunca pura; se acordó de sus ojos, ese mar azul que creía conocer de memoria, pero que siempre tenía algo nuevo para mostrarle, de esa mirada penetrante y oscura, pero a la vez infantil que ella poseía... El ringtone de su celular lo despertó de su fantasía. José respondió el mensaje con un ok automático e intentó terminar su desayuno con la mente en blanco antes de que se le hiciera tarde.

Caminó las cuadras que lo separaban de la plaza con las manos en los bolsillos, a paso lento y con la mente ausente. Estaba cansado, había pasado varias noches en vela o durmiendo poco. A veces, porque se quedaba pensando, y otras veces porque tenía miedo de quedarse dormido y soñar, aunque más bien le tenía miedo a ella y a lo que pudiera mostrarle.
 El temor rondaba por sobre la presencia de esa niña, de ese ser inexistente que lo miraba sin interrupciones todas las noches en su mente. También tenía que ver con todo lo que la pequeña implicaba: ella lo conectaba con sus más hondos pensamientos, con realidades de sí mismo que todavía no había descubierto. Lo conectaba con sus sentimientos, sus deseos y sus temores. Pero él se hallaba muy lejos de realmente querer conocerse a sí mismo, por lo que aquella chiquilla muchas veces era una verdadera molestia para su conciencia.
-¡Ey!-le dijo una voz femenina mientras lo abrazaba por atrás.-Aquí estoy, distraído.-la chica rió naturalmente y lo besó en la espalda.
-¿Cómo estás, Jen?-le contestó él y le dio un beso en los labios, con la mente aún dispersa.
-Ahora que te veo, mucho mejor.-lo tomó de la mano y lo besó en la mejilla dulcemente, disponiéndose a andar.
Caminaron por largo rato abrazados, bordeando la plaza y transitando sus calles internas una y otra vez, como hacían siempre. Ella, feliz de ver a su novio, contándole sobre su semana en la playa. Él, pensativo, intentando sin éxitos escuchar lo que su novia le decía.

 El último sueño había sido tierno, casi dulce: la niña jugaba con él, lo buscaba y luego se escondía con una sonrisa especial, una que llegaba a sus ojos y que José no le había visto nunca antes, era una sonrisa casi pura, que lo había dejado desorientado tanto en los sueños como en la vida real.

Jen tironeó de su camisa y lo hizo sentar a su lado en un banco de la plaza.
-¿En qué piensas?-le preguntó jugueteando con los botones. José le había hablado varias veces de la chiquilla y de cómo lo hacía sentir, pero no sentía que a su novia le importara y no quería parecer desquiciado al contarle una y otra vez los mismos sueños, con mínimas variantes.
-Pienso que me hubiera gustado ir contigo a la playa, cambiar el aire, despejar la mente...-Le dijo mirándola por primera vez en el día directamente a los ojos.
-A mí también me hubiese gustado que vengas.-le contestó Jen con ternura en los ojos. José intentó buscar en ellos la misma ternura que había asomado en la mirada de la pequeña en sus sueños, mas no la encontraba, y no sentía que los ojos claros de su novia, lo atrajeran como lo hacían los de la nena. Maldita sea, esto realmente lo estaba afectando.
-Te extrañé.-le dijo ella y él acercó sus labios a los suyos, intentando concentrarse en la vida real y de besar a su novia con toda la sinceridad posible.
-¿Se puede saber qué diablos te pasa? Tal vez realmente necesitabas el aire fresco, despejarte y todo eso.
-¿De qué hablás?-respondió él, desconcertado ante el brusco planteo.
-Te conozco, José. Hace una hora y media que estás callado y no dije nada porque pensé que ibas a contarme de qué viene la cosa. Pero nada, seguís mudo.
-No me siento muy bien, simplemente eso, mi vida.-le dijo acariciándola torpemente en la mejilla.
-¿Son los sueños, no? Ni me lo digas.-ella se alejó, bajando la mirada.
-Ya se me va a pasar, vení, vamos a tomar algo.-se levantó sin querer escuchar más y de la mano, caminaron juntos hacia la cafetería más cercana.
 Mientras hacía la fila, Jen le contaba sobre planes para una cita doble con amigos y algo sobre una pileta, mas José tenía su mente en otro lado. Realmente sentía la presencia, su presencia. Sentía sus ojos, la sentía a ella, se sentía como si la niña estuviera allí. Miró hacia todos lados, perseguido, pero no vio nada. Se maldijo internamente, realmente se estaba volviendo loco. Asintió a todo lo que su novia le decía y agarró los dos cafés cuando la orden estuvo preparada. Volteó para buscar una misa y ahi la vio, estaba de espaldas. Reconoció sus bucles rubios de inmediato, el vestido y su aura multicolor que inundaba el lugar. 
CONTINÚA ABAJO

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